sábado, 24 de febrero de 2018

Ideas peligrosamente retrógradas.


      ¿Quién fomenta la añoranza de coerción y de autoridad paternal incontestable?. Algunos, como el juez de menores Emilio Calatayud, que viene a Jerez a dar una charla el día 9, emplean un discurso que no es franquista pero que de algún modo conecta con las actuales y reverdecidas añoranzas de ley, autoridad y orden. Esa nostalgia de un pasado donde los profesores dictaban lecciones magistrales desde las tarimas de las cuadriculadas aulas y los médicos eran dioses a los que se hablaba casi con temor está echando raíces entre mucha gente de clase media y también de trabajadores que intentan, con la recuperación de esos sentimientos de miedo transfigurado, regresar a un pasado donde todos obedecían normas rígidas y se respiraba un aparente clima de seguridad a base de control y castigos ejemplarizantes para los inadaptados y desobedientes.

      No digo que nos crucemos de brazos si alguien comete el muy grave error de pegarle a un médico o a un profesor, lo que estoy diciendo es que es peligrosísimo sembrar ideas retrógradas y semillas de autoritarismo en una mente colectiva que, en la actual crisis económica y social, busca referentes y un norte para intentar salir del atasco, ciertamente duro, en el que estamos inmersos. Porque denigrar de algún modo la máxima democrática de que "todos somos iguales ante la ley", como hace ese juez de menores en alguna de sus intervenciones, o decir que no hay que ser "colegas" de nuestros hijos -como si acercarse amigablemente a ellos fuera un error apocalíptico- son mensajes que podrían llevarnos a un callejón sin salida en varios sentidos, incluyendo el político. 

      Desde un punto de vista legal un empleado  público, como un profesor o un médico, podrá estar revestido de "autoridad legal", lo cual parece estar recogido en el código penal, como señala el juez de menores, pero es obvio que no por recordarle a los padres y a los niños cuáles son las sanciones penales que corresponden por agresión a la "autoridad" van a terminar los problemas por ejemplo en centros educativos de zonas socialmente más abandonadas por el gobierno y sus administraciones. Es decir, evitar por la vía de la amenaza penal que algunos pacientes muy agresivos y maleducados peguen a algunos médicos no arreglará los graves problemas del sistema sanitario y, probablemente, ni siquiera evitará que se repitan esos injustificables episodios.


      Es curioso ver cómo una importante parte de nuestra sociedad está reaccionando, en el terreno de la religión (¿debo recordar aquí lo del autobús naranja de Hazte oír, el adinerado lobby ultracatólico dirigido por un pariente de Rodrigo Rato?), ante el actual clima de libertad de creencias y valores, ante las nuevas realidades interculturalista y de globalizacion de las ideas y las costumbres entre las que ahora vivimos. Muchos, para refugiarse o defenderse de lo que consideran incomprensible o desordenado o sorpresivo o contrario a la costumbre, regresan a vivencias religiosas de un pasado reciente donde se respiraba una acartonada seguridad a base de control y orden espiritual, es decir, de ortodoxia e inmovilismo moral. La iglesia católica actual, gran experta en calibrar el vaivén de estos sentimientos colectivos, trata de agarrarse a esta nueva demanda de autoridad y marco normativo estricto para no perder influencia (quizás sea la última ola a la que pueda subirse). Un ejemplo muy claro de ello es la incalificable opinión del obispo de Jerez sobre la “ideología de género”, expresada en un provocador artículo titulado “La familia: buena noticia ante la ideología de género” (revista Asidonia, nº 11, 2017, editada por el obispado de Jerez), artículo donde el sr. Mazuelos, con peligroso desparpajo, dice: “En el estudio de la antropología, hemos descubierto que la alianza entre la ideología marxista y el neocapitalismo tenía como fin atacar la familia e imponer un modelo de hombre regido por el deseo, fácilmente manipulable y al servicio del consumo”. De esta incoherente frase se podrían decir muchas cosas, pero la más obvia de todas es: que la iglesia católica quiere ser, como lo fue hace años, la dueña de la moralidad y las buenas costumbres, la única e indiscutible solución a todos los males.

(en homenaje y reconocimiento a Forges, 1942-2018)

      Está claro que "en río revuelto, ganancia de pescadores" y que, por supuesto, todas las estructuras sociales y mentalidades que están todavía, de algún modo, conectadas con la ética, el peculiar civismo y las grises vivencias colectivas en alguna medida procedentes del franquismo no dudarán en ofrecer ahora soluciones retrógradas a realidades actuales como pueden ser también la emancipación de la mujer, las nuevas formas de la sexualidad, la presencia abundante de personas de otros países en nuestras comunidades... ¿Qué nos pasa a todos que cuando nos soplan al oído la falsa seguridad de los fundamentalismos de aquí de toda la vida nos dejamos seducir, otra vez, por las tiaras y los besamanos a anillos de oro en cardenalicias manos?. Qué coincidencia tan grande comprobar en ciertos períodos históricos -como el que estamos atravesando- que cuanta más corrupción y desorden hay por arriba (gobiernos y poder económico), más palo y tentetieso intenta abrirse paso por abajo (trabajadores, ciudadanía, intereses públicos) en los ámbitos político, social, espiritual, cultural, etc. Pero, ciertamente, no es ningún descubrimiento por mi parte recordar que algunos que han generado el caos y la devastación en la sociedad conocen el plan de antemano y saben cómo, en un segundo movimiento, reconducir las cosas a su oscuro antojo por la vía de la mano de hierro (léase Donald Trump o Mariano Rajoy). 

      Efectivamente,  no es una casualidad que, coincidiendo con esta sospechosamente duradera "crisis" que padecemos, se hayan fortalecido en toda Europa partidos y agrupaciones electorales que vienen a coincidir en lo político con la búsqueda colectiva de ley, orden, autoridad. En España esta tendencia política, obviamente relacionada con la sórdida resistencia del PP a dejar ya el poder, hunde sus raíces en la herencia del franquismo y en la visión, a lo Fraga, de aquellos lejanos "25 años de paz". "La calle es mía", diría aquel orondo ministro del Movimiento que no parecía tener miedo ni a bañarse junto a las bombas de Palomares... ¿cómo no acordarse pues de aquellos políticos paternales que, con mucha comicidad, nos protegían -más o menos- y eran capaces de exponerse ellos mismos con tal de garantizar nuestra necesidad patológica de seguridad?... ¿cómo no caer en la tentación ahora, ante los casos de corrupción política, de dar carpetazo a la democracia?, ¿es eso en lo que están algunos que quieren suprimir, sin ir más lejos, las autonomías?.

      En algunos institutos de enseñanza se ha impuesto la cultura disciplinaria de los partes y las amonestaciones a granel... mala señal, mal clima, inútiles prácticas de control que empeorarán el desnortamiento general causado por gobiernos que carecen de piedad y que, de momento, nos han hundido intencionadamente en la bancarrota y el desánimo. Ay, si pasáramos a una fase de miedo y entonces sí que el disfrute de la democracia, la diversidad y la tolerancia sea ya imposible. Ay, si la cultura de las leyes mordaza, la vigilancia electrónica y la patada en la puerta triunfa. Ay, si volvemos a la pena de muerte o a los castigos físicos en las escuelas. Ay, si en vez de avanzar en democracia, responsabilidad y libertad, nos dejamos seducir por las ideas retrógradas de siempre, archiconocidas, grises.